Quien más y quien menos piensa en estos días: “¿cómo me refresco?”.
Los más afortunados, con bañitos en el mar durante las vacaciones… Los no tan bienaventurados, con chapuzones en la piscina en los ratos o días libres, entre jornadas laborales.
Pero, ¿quién no recuerda, de pequeño, ser advertido por los mayores:
“noooo te baaañesss… que aún no pasaron 2 horas… te va a dar: ¡¡un corte de digestión!!”?
Realidad o mito
Lo cierto es que esta creencia ampliamente arraigada se trata más de una leyenda urbana que de una realidad per se.
Lo que conocemos como ‘corte de digestión’ es, sencillamente, un ‘shock termodiferencial’ o también conocido en el argot médico con el término de ‘hidrocución’.
Este sobreviene como consecuencia de una entrada brusca en el agua, por un cambio extremo de temperatura corporal, pero también deviene si se ingieren helados o refrescos muy fríos tras la práctica de un actividad física intensa.
Esta es la explicación por la que la hidrocución o el corte de digestión es causa frecuente de ahogamiento por la diferencia de temperatura entre la piel y el agua.
La digestión de comidas abundantes, sobre todo de grasas, es lenta y requiere de un alto aporte sanguíneo a nuestro sistema digestivo. Cuando comemos copiosamente, nuestro cerebro y músculos reciben menos sangre de la que necesitan y por eso estamos somnolientos y pesados después de comer.
Una entrada brusca en el agua o ejercicio intenso requiere la distribución de ese volumen sanguíneo concentrado en el aparato digestivo.
Desarrollo del accidente
En resumidas cuentas, la hidrocución o el corte de digestión se puede producir cuando el cuerpo adquiere una temperatura muy diferente a la del agua y nos mojamos con ella de golpe.
Entonces, la persona que entra en el agua sufre un ‘shock termodiferencial’. En ese caso podemos tener algunos síntomas como vómitos, descenso de la tensión, náuseas, mareos, alteraciones de la consciencia o hasta desmayos con los que, si estamos en el agua, nos podríamos ahogar ya que nos hundiríamos sin lucha y hasta el fondo, como una piedra.
Una vez allí, y si no hay nadie que lo remedie, podríamos morir por asfixia a los pocos minutos. Este lapsus de tiempo, estimado en principio en 5 minutos, es lo que tardan en morir las células del cerebro al faltarles el oxigeno.